Aunque en la actualidad, los mariscos los asociamos con alimentos de alto poder adquisitivo o que solo comemos en ocasiones especiales, no siempre se han considerado así. Lo que actualmente conocemos como mariscos abarca a una gran cantidad de especies diferentes, la mayoría de los cuales tienen en común que su cuerpo está protegido, por un caparazón o concha dura; aunque también se suele considerar marisco a los moluscos marinos, por lo que se suelen dividir en crustáceos y moluscos, dependiendo si tienen o no caparazón duro, interno o externo.

Se sabe que los mariscos ya eran consumidos en la Edad de Piedra o a orillas del Mar Rojo, porque hemos encontrado restos de esas culturas cuya edad supera los 400.000 años.

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Fueron los romanos quienes iniciaron los primeros criaderos de mariscos, ya que antiguamente, por su cercanía a las costas y playas, el marisco era comida de pobres al tener poca carne, mucha parte dura y ser un estorbo a la hora de la pesca. Recogían sobre todo mejillones de sus zonas naturales de cría y los transportaban a criaderos artificiales donde se criaban de forma intensiva y se vendían.

Las recetas romanas para los mejillones incluían una salsa elaborada con pescado entero o garum, hecha con vísceras de pescado, cebolletas picadas, comino, ajedrea y vino, mezclada con agua, en la que se cocinaban los mejillones.

Los primeros colonos europeos que llegaron a Norteamérica encontraron una enorme cantidad de langostas en sus costas y su principal salida comercial era como alimento para el ganado; a las langostas se las denominaba las cucarachas del mar.

Los menús de las prisiones del siglo XVIII y XIX tenían mariscos de las zonas próximas y la servidumbre exigía que no se le diera de comer langosta más de tres días a la semana.

En Galicia se decía que había variedades de vino en cuyos terrenos se utilizaba como abono nécoras, centollos y percebes, ya que al haber tanto, no valía la pena lo que costaba sacarlo del mar.

El marisco es una fuente de nutrientes donde destacan minerales como el yodo, hierro, potasio, sodio, magnesio y calcio, que ayudan a prevenir anemias, favorecen el buen funcionamiento del tiroides y del cerebro y contribuyen a mantener la densidad y salud de huesos y dientes.